Desde la Antigüedad, el arte de lacrar para garantizar la autoría de la oficialidad se ha desarrollado progresivamente hasta nuestros días. Las primeras culturas que usaron sellos para certificar documentos fueron las mesopotámicas y las asiáticas. El arte del grabador se refleja en cada una de sus obras, siendo en estas su mano claramente reconocible e imposible de reproducir por otra persona, garantizando por lo tanto su unicidad y autenticidad.
Como gran estudioso de la sigilografía, me topé por casualidad con esta fotografía de un sello del siglo XVIII:
En él se puede apreciar un Árbol de la Vida junto a las iniciales C y A. Y lo que pensé solo verlo y os puedo decir que estoy de ello 100% seguro, que este sello lo grabé yo con mis propias manos.
Cuando uno trabaja el metal con sus manos, está creando algo que surge directamente del alma que es la que guía el buril. Se crea una relación de paternidad que es reconocible en cada una de las piezas del artista.
Se tan cierto que yo en el siglo XVIII no había nacido como que este sello de lacre es mio. Si, lo he hecho yo, no un antepasado mio, por lo tanto he renacido otra vez y me he encontrado con una de mis obras.
Debido a mi avanzada edad, tenía claras mis creencias, pero este descubrimiento me indica que tendré que remeditarlas por completo, un trabajo altamente agotador y no se si tendré fuerza para realizar.
Os dejo mi interpretación moderna del sello para invitaciones de boda del Árbol de la Vida con iniciales que es el que produzco con notable éxito para Royal Lacre: